“La muerte no tiene por qué ser una tragedia”, asegura. Y en seguida agrega: “Es posible prepararse para la muerte”. Lo dice con mucha serenidad y absolutamente convencida. Es que Viviana Bilezker trabaja desde hace más de 20 años en el acompañamiento y asistencia a personas que se encuentran en el final de la vida.
Viviana es psicoterapeuta, máster es psicología clínica, y directora de El Faro, una entidad que se dedica a capacitar a personas interesadas en asumir la tarea de asistir a quienes están cerca de morir. Vino a Tucumán a dictar el primer módulo de un curso de esta especialidad que se dicta en el Centro Amatista, Junín 728.
“El curso tiene dos ejes, uno que apunta al vínculo del acompañante con la propia muerte, y otro que es la adquisición de recursos y métodos que capacitan para el acompañamiento. Porque es importante conocer cómo nos paramos frente a nuestra muerte para poder acompañar a otros”, explica.
Necesidad de hablar
“Es posible prepararse para morir en muchos sentidos. En lo cotidiano implica tener presente la muerte y, en la medida de lo posible, estar al día en los temas personales, materiales y afectivos. Por ejemplo, informar al entorno sobre cuestiones patrimoniales. Pero también estar presente en los vínculos, prestar atención a los encuentros, a las palabras, no quedarnos con cosas que queremos expresar. La perspectiva de la finitud activa una conciencia que nos dice que no podemos irnos sin haber hecho o dicho determinadas cosas”, detalla la especialista.
En estos casos, la función del acompañante es ayudar a la persona a que pueda expresar todo lo que necesita decir o contar. Desde su experiencia, Bilezker señala que muchas veces hay personas que guardan secretos que para ellas son muy dolorosos, como hijos no reconocidos, vivencias muy sufrientes o asuntos no aclarados.
También en estos trances próximos a la muerte suelen surgir resentimientos o situaciones puntuales del presente que la persona necesita enfrentar. Por ejemplo, hay quienes van perdiendo capacidades y sienten tristeza, frustración o vergüenza. O miedo al sufrimiento, al abandono o a lo que pasa después de la muerte. “El área de las emociones es una de las más importantes que se trabaja en estas experiencias”, comenta la psicoterapeuta.
El después
Una cuestión importante es reconocer cuál es la cosmovisión que tenemos respecto de la muerte. Bilezker afirma que las creencias personales tanto pueden ayudar en el trance de partir de este mundo como no hacerlo.
“Hay personas religiosas cuya fe les da pautas sobre lo que puede suceder después de la muerte. Por ejemplo, estar junto a Dios. Eso a veces da consuelo, pero a veces no. Si la persona está en paz puede tener una idea de un después amable, interesante. Pero si hay culpas, aparecen los temores ante un probable castigo. Lo mismo ocurre con quienes creen que con la muerte termina todo. Para algunos está bien, es suficiente. Pero para otros es angustiante. Y están los que creen en reencarnaciones, y entonces para algunos esta idea de continuidad, de trascendencia es tranquilizante, pero para otros el misterio a descubrir les genera temor”, relata.
Decisiones cruciales
Bilezker recomienda plantearse cómo uno se quiere morir. Dónde, junto a quiénes, de qué manera, etcétera. “No es que uno pueda elegir, exactamente, cómo va a morir, ya que nadie sabe cuándo ni dónde. Pero hacerse estos planteos permite tomar decisiones que lo vayan acercando a ese deseo. Esto nos permite descubrir aspectos que son del todo conscientes. Un buen ejercicio es proponerse vivir un día entero imaginando que es el último. Se presta atención de otra manera a todo lo que hacemos”, reflexiona.
También contribuye a esa preparación para el último momento revisar las muertes familiares. La forma en que ocurrieron, el modo en que se procesaron. “Todo eso está dentro de nosotros e influye; es importante hacerlo consciente”, enfatiza psicoterapeuta.
El caso de los niños
Belizker considera que la proximidad de la muerte en los niños tiene otras características. “No digo todos, pero algunos niños naturalizan el proceso de morir más que los adultos. A veces el sufrimiento del niño está más ligado al sufrimiento del entorno, y se convierten en cuidadores de sus padres. Y son ellos los que han transmitido la paz a quienes los rodeaban”, destaca.
“Es que nosotros tenemos una cierta lógica temporal, que nos dice que los mayores deben morir primero. Pero la lógica de la muerte -o de la vida- es un misterio”, concluye.
Es fundamental entrar en contacto con la persona
Viviana Bilezker comenzó a trabajar, en 1990, con pacientes que sufrían de sida. “Vi muchas muertes difíciles, con mucho sufrimiento tanto por parte de la persona como del entorno. Y me pareció que era necesaria la posibilidad de una preparación. Así empecé a estudiar y a capacitarme en este tema”, relata.
De su experiencia dice haber aprendido “un profundo respeto y humildad ante lo que es el proceso de morir. He descubierto que lo más importante es estar al servicio del proceso del otro. Aunque tenga recursos e ideas, en el momento de acompañar al otro, estos quedan a un costado, disponibles, porque lo fundamental es entrar en contacto con la persona, escucharla, estar abierto”.
También confiesa que gracias a su formación y a su trabajo le fue perdiendo miedo a la muerte. “En general, contraponemos la vida y la muerte. Pero lo que verdaderamente se opone a la muerte es el nacimiento. Y esto de nacer y morir son movimientos que la vida hace todo el tiempo. En nuestro cuerpo mueren y nacen células todos los días. Cada célula está destinada a morir en un tiempo determinado, y si eso no sucede, el organismo se enferma”, advierte.
“Y también nacen y mueren proyectos, vínculos, etapas... Lo único permanente es el cambio. ¿Y qué es el cambio? Nacimiento y muerte. Esta mirada nos permite empezar a modificar nuestra percepción de la muerte y dejar de tomarla como una tragedia”, sostiene. “Morir, en definitiva, es una cuestión humana”, concluye.